El de Guillermo Henríquez, es un teatro crítico, de afilada punta, luminoso, feliz, tierno, oscuro o ambiguo, desolado, nostálgico, propenso a mezclar géneros, lenguajes y recursos, todo por la buena salud de la literatura. Teatro de ideas muy claras, de dramas cuidadosamente calculados en sus extravíos, enemigo de las frases elegantes y sesudas aunque las podemos rastrear aquí y allá que privilegia los muebles, los cuadros, las piezas musicales y la utilería de damas, putas y señores: un teatro imposible de comprender sin el detalle cursi, la moda galante, el cotilleo sobre una película, la parodia, la mofa burda, la reminiscencia, la predilección por los objetos, el Carnaval, los fastos y las letras populares, la vida de los bares y las supersticiones de los marginados sexuales. 
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