En todos los casos, se trata de gente relativamente modesta pero no pobre, clase media, escasa en España hasta épocas muy recientes: propietarios, vinculados al ámbito rural, pero también ejerciendo profesiones liberales en poblaciones de cierta entidad, que requerían una formación específica, incluso universitaria. En algún caso, un pariente relevante y rico, facilitó la supervivencia de la saga, a través de una Fundación, con dotes para las mujeres y ayudas para los varones. Pero, por lo demás, su suerte estuvo condicionada a sus propias capacidades y esfuerzos, combinados con enlaces matrimoniales que, en más de una ocasión, permitían mejorar o, por lo menos, mantener un cierto estatus social para ellos mismos y para sus descendientes. Visto desde la perspectiva del siglo XXI, el mundo en que vivieron aquella gente, sobre todo antes de la revolución industrial y durante el Antiguo Régimen, entre los siglos XVII y XVIII, se caracterizaba por la falta de seguridad y de bienestar. Solo la familia o algunas instituciones religiosas, en el caso de los más pobres, que eran la mayoría, garantizaban la supervivencia. Quienes alcanzaban un grado de prosperidad suficiente, trataban de mantenerla y mejorarla; pero no era fácil. Tan solo en el ámbito más alto de la nobleza, el más minoritario, se podía mirar al futuro sin incertidumbre. El resto estaba obligado a luchar de generación en generación para poder sobrevivir.
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